05 Abr Protagonistas del cambio.
Atreverse a pensar fuera de lo común nunca ha estado, por desgracia, de moda y siempre ha sido arriesgado. Sin embargo, desde que la pandemia entró en nuestras vidas, han ido apareciendo muchas de esas voces audaces, valientes y emprendedoras, que tanto hemos echado de menos estos años y que, aunque siempre han estado a la vista, el ruido del dinero nos impedía escuchar. Al dinero se le presupone como un bien público y el derecho a ponerlo en circulación le correspondería a los gobiernos. Se presupone también que los estados podrían usarlo sin tener que pagar intereses y que los bancos se quedarían como puros mediadores del efectivo que fuera depositado en ellos. En contra de lo que muchos pensamos, hace más de 300 años que los gobiernos dejaron de crear dinero y trasladaron ese papel a los bancos. La presión del sector financiero, al que se ha dejado crecer sin reglas, ha empujado a los gobiernos a premiar a las entidades bancarias por sus malas políticas y a estimular las prácticas negligentes y descuidadas. Porque la usura, no el dinero, es la raíz de todos los males, induciendo a la competencia y reemplazando a las relaciones personales. Pero esta es una historia sin futuro porque la comunidad está fuertemente vinculada al hecho de regalar. ‘Cuando los antropólogos buscan entender una cultura, siguen el flujo de sus regalos. Cuando circulan los regalos la comunidad se afianza’, dice el filósofo Charles Eisenstein en su libro Sacred Economics (Economía Sagrada, en español). Nuestros ancestros campesinos del siglo XIII raramente pagaban dinero por su comida, alojamiento, vestido o entretenimiento. ‘La gente era autosuficiente, dependía de una elaborada red de regalos, del compartir, de la reciprocidad. Y son todas estas cosas de las que está construida una comunidad’. Hoy pagamos a extraños para satisfacer la mayor parte de nuestras necesidades físicas y culturales. Seguramente no conocerás a la persona que cultivó lo que comes, que cosió los botones de tu camisa o cantó las canciones que escuchas en tu iPod. Por eso, cuando el dinero media en todas nuestras relaciones, nosotros también perdemos nuestra singularidad. No hay relaciones económicas personales que sean importantes, porque siempre podemos pagar a cualquier otro para que las haga y entonces es normal que nos sintamos inseguros, tan prescindibles, tan poco valiosos. Todos estos sentimientos que afloran y nos invaden a diario, se deben a la conversión de lo singular y sagrado en lo monetizado y genérico. Y se lo debemos a la usura. El economista norteamericano David C. Korten ha comentado en más de una ocasión que ‘los economistas nos comportamos como si pudiéramos comernos nuestro dinero porque aparentemente los efectos de la destrucción del planeta apenas tienen importancia para la mayoría de nosotros’. La apropiación y privatización del mundo entero significa que todo es o mío, o de algún otro. Ya nada es común. Pero una nueva identidad humana está emergiendo y el dinero será una fuerza para compartir no para competir; una fuerza para la generosidad, no para la codicia; para la comunidad no para la división; para la conservación, no para la liquidación. Imaginemos ese mundo donde el dinero sea un aliado de lo mejor que hay en nosotros, de nuestros valores. Es el momento de apostar y convertirnos en los protagonistas de ese cambio. •
Artículo de opinión de Julia Higueras, Directora de «Anoche tuve un sueño»