15 Mar ¿Decrecer es abundar?
El economista francés Serge Latouche hace años que habla sobre el decrecimiento, una corriente económica, política, social y ecológica que nació con el ánimo de provocar y despertar conciencias. Coincidimos con él en que es necesaria una revolución, un cambio radical de orientación que rompa con el crecimiento económico ilimitado de unos pocos. ¿Es posible vivir mejor con menos? ¿Podemos aspirar a una sociedad que produzca menos y consuma menos? ¿A una sociedad más justa que sea equitativa en el reparto de sus bienes?
Vivimos en un planeta único donde los recursos son limitados y la población mundial crece desaforadamente, a mediados de noviembre de 2022 alcanzamos los 8.000 millones. Sin embargo, aunque las cifras parezcan increíbles, solo 1.200 millones de personas construimos nuestra vida en el hemisferio norte o desarrollado y solo nosotros en nuestra ávida carrera por acaparar y consumir más que el vecino, hemos propagado el incendio del consumo ilimitado a todo el planeta creando sociedades insatisfechas que se miden entre ellas por su capacidad para gastar. Desde hace once años existe un informe sobre la felicidad de los países (Informe Mundial sobre la Felicidad que publica la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible) y es curioso comprobar que los países que viven en la opulencia no son tan felices… ¿Qué se necesita para ser feliz? Lo primero es vivir sin miedo y después leer a Aristóteles quien describía al hombre feliz como a un virtuoso, como a alguien capaz de practicar hábitos buenos y que pensaba en el bien común. El filósofo aseguraba que estas buenas prácticas convertían a los hombres en seres felices: nadie en una sociedad sana y en su sano juicio desearía la injusticia, el descontrol o la violencia hacia los demás. Porque la felicidad no está determinada por las condiciones materiales sino por el carácter moral del individuo. Quien hace el bien es más feliz y como dice mi buen amigo, José María Batalla en el título de su último libro: ‘Las marcas buenas venden más y las buenas personas duermen mejor’. Porque la felicidad que aporta el consumo es tan efímera para el alma como el efecto que producen en el organismo las calorías vacías que contienen una gran cantidad de energía, pero que no aportan ningún nutriente.
Se trata pues de poner la economía al servicio de la vida, no la vida al servicio de la economía. De dejar atrás los hábitos de vivir para trabajar, trabajar para consumir y consumir para tener trabajo y sustituirlos por otros donde primen la generosidad, el compartir, el optimismo o la alegría que son vitales para el bienestar y el progreso de todos los países. Y para empezar 2023 con buenos hábitos, nos hemos propuesto lanzar este mensaje: repensar los valores y premisas que definen nuestro modo de vida y nuestra sociedad; recontextualizar la realidad revisando los conceptos con los que designamos lo que nos rodea; reestructurar las estructuras económicas y productivas para hacer posible una vida justa; redistribuir y garantizar el acceso de todas las personas a los recursos necesarios para vivir; relocalizar lo más posible la producción y el consumo a escala local (kilómetro cero); reducir la huella ecológica en base a la capacidad de carga y regeneración de la biosfera; reutilizar y conservar los bienes combatiendo la obsolescencia programada; reciclar y gestionar los residuos y rentas mínimas y máximas con el establecimiento de un suelo y techo de las rentas para combatir las desigualdades.
Leyendo estas líneas te habrás percatado de que muchas de las palabras que pueden mejorar el mundo empiezan con erre… Porque no hay un planeta B: Atrévete, atrevámonos, reescribamos juntos nuestra historia, la historia de todos.